sábado, 15 de julio de 2017

El retablo de No. Luis Rodríguez. Tropo editores.


 El retablo de no
La sublimación de la negación. Una introspección épica que nos lleva a cuestionarnos si no somos todos autistas. Podríamos hablar durante horas apenas sobre 10000 palabras  que constituyen “El retablo de No” breve, el extenso son 20000 y tal vez ni eso.  ¿Acaso lo ha contado alguien? Qué más da, lo importante es que creas que son 10000 en un caso y 20000 en otro para así darle la razón al autor. Todo es relativo, lo tangible es lo que uno cree, sea cierto o no.
Nos encontramos aquí con la cuarta persona del singular, el pronombre “ninguno”. Tenemos yo, tú, él y ninguno. En este punto nos centramos e indagamos en la vida de los personajes, que constituyen una compañía de teatro que hacen habitualmente el papel de muertos, pero que tras los ensayos van al bar a hablar de sus cosas, quitarse la tensión de los ensayos y de paso, indagar sobre Hamlet y el paralelismo de esta obra con sus vidas. Como no se reconocen en ellas, en sus propias vidas, se creen habitar en pasados ajenos que moldean según su interés inmediato.
Terminas de leer la versión larga, o la corta, y empiezas de nuevo con un criterio más afinado. Terminas la versión corta o larga y tu percepción se concentra en la idea. Vuelves a empezar y  te encuentras en un sinfín, un infinito que puede llevarte al borde de la locura, pues quieres más, necesitas despejar los cientos de elipsis que aparecen en el libro y que crees ir descubriendo. Lo importante es que lo creas y hagas que este libro sea tuyo.
Esta es parte de mi realidad al leer “El retablo de No”, lean y descubran su realidad. Seguramente será distinta de la mía, pero aquí tenemos el juego del autor con el lector. Que cada uno entienda lo que le dé la gana. Todo es lo que tú quieres que sea.
«Yo quería escribir la historia de un director de teatro, con cierta fama, que acepta del encargo de montar Hamlet porque no le gusta Shakespeare».

El retablo de no nos habla de actores, de la oportunidad que tienen de vivir otras vidas para así huir de sí mismos. Habla también de personas que respiran mejor en su reflejo, en su sombra. Habla, por lo tanto, de la identidad, de la herida.
La trama es un pretexto para llevar a cabo una fuerte reflexión sobre el concepto de identidad y su proceso de construcción. El protagonista recrea vidas porque no le gusta la suya, recuerda cosas que no ha vivido, construye en la vida, como en el teatro. Juega con la fragilidad de la verdad y con el desinterés de la humanidad por esta. La verdad es lo que decidimos creer, aunque no es verdad. Nada es verdad, nada es real.
El resultado es un rompecabezas que busca confundir, como se confunden muchas veces los límites de lo ocurrido y lo registrado, lo real y lo construido, la realidad y la memoria.


Si está contada de dos formas es porque la obra nace del impulso inherente a su autor de autoeditarse permanentemente. Sus dos cubiertas invitan a abrir el libro por cualquiera de sus lados, dejando a criterio del lector cuál debiera ser su comienzo. En su mano está leer ambas versiones, tal vez sólo una. La más extensa contiene a la más breve, pero el final de ambas se contradice. La interpretación de cada versión es del lector, pues al final, ¿qué es la literatura sino un juego de interpretaciones múltiples? ¿Qué es la vida sino ficción?

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