lunes, 27 de enero de 2014

Los amigos de Brau Blocau Teatre nos presentan este interesante trabajo que se presentará en marzo en Castellón.

Hamelin, Premio Nacional 2005 y Max 2006, es una de aquellas obras de teatro que, con palabras del propio autor, “no gusta a todos”. Una de esas obras malditas. Una obra, en definitiva, para la sociedad y contra la sociedad. Quizás ahí resida su fuerza, y la necesidad de difundirla. Hamelin  es una llamada a la responsabilidad común que trasciende más allá de su propia temática , pero sólo adquiere vida propia en el instante en que el espectador se la otorga.
En Brau Blocau Teatre nos hemos generado la ilusión de que quizá pueda servir para algo ofrecer nuestro minúsculo grano de arena. Una ilusión  que necesita crecer, de ahí nuestra voluntad de compartirla. De usted depende recrearla o no.

Enrique Guimerá



“El flautista de Hamelin” fue siempre para mi un cuento de miedo. Un cuento en el que una ciudad recibe el peor de los castigos. Ya, ya sé que hay una versión menos pavorosa: para dar una lección al alcalde tacaño, el músico se lleva a los niños; el buen pueblo se levanta contra el ingrato, que paga lo prometido; los críos regresan y Hamelin vuelve a sonreír. También yo oí muchas veces esa versión, sin acabar de creérmela nunca. Hasta que alguien me contó el cuento de otra manera: todos los habitantes de Hamelin comparten la culpa y, cuando quieren corregirse, es demasiado tarde; los inocentes nunca vuelven.
La versión áspera del cuento es más verosímil y se parece más al mundo en que vivimos. En nuestro mundo, los niños son los primeros que pagan. Pagan los vicios de los mayores, la violencia de los mayores, la mala política de los mayores, las mentiras de los mayores. En este sentido, el Hamelin que no sabe proteger a sus niños es como muchas ciudades de nuestro mundo.
Yo me propuse contar el cuento de una de esas ciudades. Sin embargo, al pensar por primera vez en él, en sus diversos espacios, en sus muchos personajes, vacilé: “Eso es cine”, me dije. “Eso no puede ser teatro”. La afirmación “Eso no puede ser teatro” procede de una visión empequeñecida del teatro de la que quizá seamos en buena medida responsables los que hacemos teatro. Hemos abandonado tantas trincheras, tantas posiciones, que el teatro ha llegado a parecernos incapaz de representar sino una pequeña porción de la experiencia humana.
Frente a la afirmación “Eso no puede ser teatro”, hay que levantar -no desde los manifiestos, sino desde la práctica escénica- la afirmación de que el teatro puede representarlo todo. Siempre que no traicione su origen. El origen del teatro, y su mayor fuerza, está en la imaginación del espectador. Si hace del espectador su cómplice, el teatro es imbatible como medio de representación del mundo.
Sólo con palabras, y con la complicidad de sus espectadores, Sófocles, Shakespeare o Calderón podían convertir el pequeño escenario en una ciudad invadida por la peste, un mar tempestuoso o un castillo polaco. Usaban las palabras como aquellos cuentacuentos capaces de crear en el aire un zapato de cristal o un bosque. Como las usan los niños, que, sólo nombrándolo, pueden traer aquí y ahora cualquier lugar y cualquier tiempo.
Mi padre me contó que iba a una escuela tan pobre que tenía que llevarse la silla de casa. “Hamelin” es una obra de teatro tan pobre que necesita que el espectador ponga, con su imaginación, la escenografía, el vestuario y muchas cosas más. A cambio, le ofrece entrar en un cuento, desde el “Érase una vez” hasta el “Colorín colorado”. El cuento de una ciudad que no ama bien a sus niños.
             Juan Mayorga

SOBRE  HAMELIN

En Hamelin asistimos al proceso a la sociedad. Abundan los motivos para llevarlo a cabo, pero Juan Mayorga se ha centrado en uno de los más miserables: el que convierte a los niños en víctimas del abandono de los adultos y de sus abusos. Y, entre los abusos, ha elegido el que quizás provoque más repugnancia: la pederastia. El autor nos muestra una ciudad cualquiera que bien pudiera llamarse Hamelin, como la del cuento. Un nombre bello para un lugar idílico si no conociéramos la historia del flautista.
Lo que aquí se nos plantea es un caso de pederastia que es investigado por un juez. Un hombre, presuntamente, ha abusado de un niño que apenas tiene diez años. En los sucesos reales y en el que es fruto de la imaginación del autor, que seguramente bebe en aquellos, el delito suele ser el eslabón último de otros delitos. Las indagaciones del juez así lo acreditan. Las relaciones de un adulto de desahogada posición económica con el niño, hijo de familia con escasos recursos y formada por ocho miembros, se ven facilitadas por la existencia de un caldo de cultivo adecuado en el que se mezclan la falta de ética, el poder del dinero, la necesidad de supervivencia y la incultura. Juan Mayorga no se detiene ahí. Habla del papel de la prensa, entre morboso y sensacionalista, a la hora de abordar estos asuntos. Además, entramos de su mano en la propia casa del juez y descubrimos con asombro que ese hombre preocupado por el destino de la criatura agredida, no es capaz de prestar la más mínima atención a su hijo, ni a sus problemas. La soledad del muchacho y la incomunicación con su padre, le convierten en un ser capaz de golpear a su propia madre y cuya agresividad provoca su expulsión de la escuela.
El formato de investigación judicial elegido aleja el peligro de adentrarse en florituras literarias que hubieran llevado la obra por derroteros melodramáticos y quién sabe si truculentos. Aun así, Mayorga tiene la habilidad, o la precaución, de dejar espitas abiertas a lo largo de la trama para que el espectador tenga la posibilidad de diluir, o no, cualquier posicionamiento. Los contenidos tampoco comprometen al autor a proponer soluciones o a tomar partido por unos u otros.
Con un lenguaje a caballo entre el judicial y el periodístico, o mejor dicho inspirado en ellos, va poniendo sobre el tapete la información necesaria para que el espectador saque sus propias conclusiones. Tarea difícil, por cierto, pues los personajes no son buenos o malos, sino que, en cada uno de ellos, andan mezcladas la culpabilidad y la inocencia. Cuento duro, pues, el que el autor narra a unos adultos de cuya inteligencia no duda, pero que, como espectadores de teatro, están perdiendo el hábito de la reflexión, porque lo que ven no suele invitar a ello.

SINOPSIS

La obra nos plantea, con la ayuda de un personaje-acotador, un presunto caso de pederastia que es investigado por un juez: las relaciones de un adulto de desahogada posición económica y bien relacionado, Pablo Rivas, y Josemari, un niño que apenas tiene diez años, hijo de familia de escasos recursos y formada por ocho miembros.

A raíz de filtrar una información, y tras incautarse de un material informático que apunta directamente a Rivas, Montero comienza las investigaciones. Interroga al presunto pederasta, ordena varias detenciones, efectúa entrevistas con los implicados, convoca a medios de prensa, incluso es asesorado por la psicopedagoga de su propio hijo. Las indagaciones del juez se debaten entre la certeza y las dudas acerca de un delito del que, aun siendo el eslabón último de otros delitos, no consigue encontrar pruebas concluyentes. Absorbido por el caso, hasta el punto de descuidar los problemas de su propia familia, Montero se decide a llegar al límite a cambio de conocer la verdad.

Acotador……….... Rosa María Pérez
Montero…………..Enrique Guimerá
Rivas……………….Juananth Figueroa
Julia, Feli.……...Ana Fábrega
Raquel, chica….Ale Babiloni
Josemari, Jaime….Jordi Gallén
Paco, Gonzalo…….Héctor Martín

Concejalía de Cultura
Ayuntamiento de Castellón


8 marzo – 20h
9 marzo – 19h

TEATRE DEL RAVAL

Localidades – 5€

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